jueves, 27 de julio de 2017

La Casa Frey - Jim Cardozo (Relato)

LA CASA FREY




“Terror es ese calculado crescendo camino de ver al monstruo. Horror es ver al monstruo” 
Stephen King



I


Allan era un abogado fracasado que tenía varias deudas derivadas de su adicción por el casino, donde acudía cada noche, aún sin tener un centavo en su cartera. Esto le había hecho descuidar su trabajo, el cual consistía en llevar sus propios casos. Pero nadie confiaba en él, pues su pequeña adicción se había hecho pública y los pocos clientes que tenía no merecían mayor atención: un anciano que pretendía separarse de su anciana esposa después de cincuenta años de matrimonio, ya que el anciano simplemente quería que constara en un acta que había llegado soltero a la tumba; una mujer que quería demandar al director de su academia de baile, pues le había prometido aprender a bailar tango sin conseguirlo; y muchos otros casos tan interesantes como estos. Allan mejor había centrado su atención en la bebida y en el casino.

Vivía solo en un pequeño apartamento alquilado, tenía treinta y cinco años y había estado casado dos veces. No tenía hijos porque… bueno, porque Dios había querido que así fuera. Sus dos anteriores esposas no podían tener hijos, pero ninguna se lo había dicho a Allan sino hasta después de la boda. ¿Por qué no se lo había preguntado a la segunda? Seguirá siendo un misterio. Al menos ninguno de los dos matrimonios había sido concebida por la Iglesia Católica, así que Allan se había ahorrado la vergüenza de haber tenido que romper los vínculos nupciales de Dios, lo que para su madre hubiera sido el Apocalipsis.

La madre de Allan se llamaba Sara, era una señora entregada a Dios, Jesús y a la Virgen María. Siempre intentó inculcarle a su hijo esta hermosa devoción, pero había fracasó en el intento. A cambio, había conseguido un hijo malcriado, rebelde y con tendencias a meterse en problemas cada día. Cuando Allan tenía ocho años cometió su primer delito: incendió el bote de basura de la señora Claiborne. A sus once años, robó unos cassettes de los Sex Pistols. A los catorce ya había perdido la virginidad, y a sus dieciocho había sido detenido fumando marihuana.

Pero un día, Allan sorprendió a su angustiada madre diciéndole que quería ser abogado. Así es, Allan el malcriado quería ser abogado, nada más y nada menos. Había pasado más de media vida infringiendo la ley, pero ahora quería alejarse del lado oscuro y abrazar el lado luminoso de la fuerza. Su madre por primera vez se sintió feliz y lo apoyó en todo lo necesario, antes de que su hijo saliera de aquél extraño trance.

La decisión la había tomado durante una noche en el casino, donde había conocido a un tipo que era abogado. Este le dijo que estudiar en la Academia era algo realmente sencillo, además, generaba ingresos fáciles a futuro, cosa que, como comprobaría años más tarde, no era nada cierto.

Su etapa en la Academia había sido sencilla: bebiendo la mayor parte del tiempo, yendo a conciertos de rock and roll cada noche, saliendo con chicas deseosas de conocer compañeros de semestres más avanzados, y en últimas; pasando de milagro la mayoría de los exámenes. Hasta que por fin, después de un poco más del tiempo establecido -en realidad dos años tarde-, Allan logró graduarse, con un poco de ayuda extra, y su madre estuvo muy orgullosa de él… durante un tiempo.


II


Allan entró en su apartamento después de una noche de juego, donde había perdido los últimos veinte dólares que le quedaban en el bolsillo, y aunque había alcanzado a ganar cincuenta dólares durante los primeros juegos; los había vuelto a apostar -como de costumbre- y los había perdido -como de costumbre-. Se quitó los zapatos, luego los calcetines, tiró todo debajo de la cama y se acostó con el resto de ropa encima. Lo que más le fastidiaba era la corbata, esa ridícula prenda que pretendía hacer ver a las personas “elegantes”. Para él era una tortura que lo hacía ver ridículo. Luego recordó que debía echarle comida a Church, su gato, el cual había nombrado así en honor a su madre. Se levantó malhumorado, observó su desorden y gruñó. El gato estaba echado en el sofá, como siempre; era su pequeño palacio. Allan lo llamó y le sirvió el alimento. ¡Qué afortunado animal! No tenía que preocuparse por nada, simplemente de que su estúpido amo le diera de comer.

Volvió a pensar en la entrevista que había tenido esa tarde antes de ir al casino. El viejo Woodhouse le quería contratar para un trabajo sobre unos papeles de una casa que había adquirido gracias a una hipoteca. Lo curioso era que Allan debía ir hasta el predio para verificar las condiciones de la casa, pasar dos noches allí, y al final dejar listos los papeles para cuando Woodhouse fuese a verla.

Harry, el secretario del viejo Woodhouse, fue quien contactó a Allan, la llamada lo había dejado atónito, pues el viejo siempre había hablado pestes de Allan, ya que conocía su adicción por el casino y consideraba que era un pésimo abogado. Pero ahora le necesitaba y esto le hacía gracia. Harry le había explicado la oferta, la cual era simple: debía ir a la casa, observar el estado del predio, hacer los papeles necesarios, quedarse allí dos noches, preparar la casa, y al final esperar con el informe a Woodhouse, quien iría personalmente a comprobar todo a la mañana del tercer día. Por este trabajo Allan recibiría quinientos dólares, lo cual era una oferta que no podía dejar pasar. Aceptó enseguida, así que le informaron que le acompañarían dos personas más: una abogada llamada Rose, la cual Allan conocía levemente, y Hector, el encargado de cuidar la casa.

Tras volver a meditar sobre su nuevo trabajo Allan suspiró, y pensó en qué gastaría sus quinientos dólares. Podía apostarlos en el casino e intentar multiplicar ese dinero, pero el hecho de perder semejante suma le hacía volver a la realidad. Sería mejor salir un poco de deudas y el resto invertirlo en cosas para su pequeño apartamento. Con estas ideas Allan regresó a la cama, pero esta vez sí se quitó su traje desgastado y durmió en calzoncillos.


III


Para llegar a la casa debían recorrer un largo camino en la camioneta 4x4 que les había entregado el secretario de Woodhouse. Conducía Hector, el encargado de la casa, y les informó que debían recorrer dos horas por la carretera principal y luego dos horas más a través de una carretera secundaria. Allan meditó sobre lo que haría durante las próximas cuatro horas dentro de ese vehículo y acompañado de esos dos desconocidos. Aunque bueno, Rose no era una completa desconocida, Allan sabía que era una de las tantas amantes del viejo Woodhouse. Era una abogada joven que había conseguido entrar en la firma Woodhouse con sólo mover su trasero. Eran las dos de la tarde cuando salieron de la ciudad.

- ¿Y qué exactamente es lo que usted hará en la casa? -preguntó Allan a Rose. Allan iba en la parte trasera del vehículo, mientras que Rose iba en el asiento del copiloto.
- Debo supervisar que usted haga su trabajo bien -contestó.
- Para eso la hubieran contratado a usted directamente -contraataco Allan.
- No tengo mucha experiencia en trámites hipotecarios, pero Edgar creyó conveniente que viniera para ayudarlo con lo que necesitase, señor Parker.

Por un momento Allan se compadeció de la joven, podría ser una vividora, pero se notaba que era una chica vulnerable para un viejo como Edgar Woodhouse.

- Y cuénteme Hector, ¿cómo fue que los antiguos dueños perdieron la casa? -volvió a preguntar Allan, dirigiéndose ahora hacia el conductor.

Hector concentrado en la carretera, gruñó, pero contestó:

- Los señores Frey tenían problemas con las casas de apuestas, lo que los llevó a la ruina.

Allan prefirió no seguir preguntando sobre el tema, de momento.

- Entiendo – contestó simplemente.

Cuando llegaron a la carretera secundaria, Allan comenzó a cerrar los ojos, al poco tiempo se sumergió en el sueño. Tuvo una pesadilla: estaba en un cuarto oscuro, atado de pies y manos, sin poder ver nada, escuchaba la voz de una anciana a su alrededor. No podía ver, pero sentía que los sonidos se acercaban cada vez más.

-Hemos llegado, señor Parker -le informó Rose, sacudiéndolo y rescatándolo de la pesadilla. Eran las seis y diez minutos de la tarde.


IV


La casa era grande, tenía dos plantas, un porche imponente y un patio trasero que se mezclaba con un bosque que rodeaba la mansión de los Frey. Héctor bajó las maletas del vehículo, Allan y Rose recibieron su equipaje, y juntos entraron en la casa. Harry le había informado a Allan que en el lugar hacía frío de noche, por lo que el abogado había llevado ropa para la ocasión, pero nada de trajes ni corbatas, casi nadie le vería así que no debía aparentar. Cuando entraron en la casa eran pasadas las seis de la tarde, por lo que ya comenzaba a sentirse el frío.

Al entrar, Allan sintió que la casa expedía un silencio terrorífico, su tamaño no ayudaba mucho; era demasiado grande para sólo tres personas. A Allan le correspondió un cuarto del segundo piso, al fondo del pasillo, mientras que a Rose le correspondió una habitación del segundo piso que quedaba cerca de las escaleras. Entre el largo pasillo que los separaba había dos habitaciones vacías. Hector había ocupado una habitación en el primer piso, Allan supuso que era el cuarto del encargado de la casa.

Allan no perdió el tiempo y comenzó a recorrer la mansión después de dejar el equipaje en su cuarto. Llevaba consigo los planos del predio, así como una agenda para anotar cualquier novedad, quería ganarse sus quinientos dólares haciendo las cosas bien. Rose por su parte se quedó en el cuarto familiarizándose con este.

A las ocho de la noche, Hector les avisó que la cena estaba servida, así que Rose y Allan dejaron lo que estaban haciendo y se sentaron en la mesa.

- Quisiera saber un poco sobre la casa, Hector -preguntó Allan.
- No hay mucho que decir -respondió-, es una casa antigua y sus dueños la perdieron por apostar de más -terminó, secamente.
- ¿Trabajó usted con los Frey? -Preguntó esta vez Rose.
- Sí.
- ¿Y Edgar lo dejó conservar su trabajo aquí? -Inquirió Rose, amablemente.
- Así es.
- Muy amable de su parte -apuntó Allan.

Parecía que Hector era una persona de pocas palabras, era mejor no preguntarle más cosas personales. Tras terminar la cena, Allan trabajó un poco más recorriendo la casa. Al llegar al patio trasero, descubrió que un cerco estaba dañado, debía decirle a Hector que lo arreglara a la mañana siguiente. Después entró en la casa y analizó una vez más los planos sobre el comedor, allí decía que había un gran sótano, debería ir a verlo, aunque le inquietaba un poco el hecho de bajar allí de noche. Además, la pesadilla en la camioneta le había sobresaltado un poco, mejor lo vería mañana. Guardó los papeles y se dispuso a ir a su cuarto. Al subir las escaleras, se detuvo en el rellano y se volteó al sentir que lo observaban, descubrió que Hector estaba mirándolo fijamente desde la planta baja. Allan se sorprendió, pero luego le saludó levantando la mano y dijo:

- Buenas noches, Hector.

No recibió respuesta, Hector dio media vuelta y desapareció.

Allan terminó un informe preliminar y pensó en entregárselo a Rose, pero ya era casi media noche, sería mejor por la mañana. El cuarto de Allan no tenía baño privado, así que decidió dirigirse al del primer piso. Aunque esperaba no encontrarse con Hector, este le había asustado un poco la última vez que lo vio, allí de pie, observándolo fijamente.

El problema era que el baño quedaba a pocos metros del cuarto de Hector, pero debería dejar de ser tan asustadizo, simplemente iba a orinar y a bañarse los dientes. Decidió bajar. La planta baja estaba completamente oscura y el silencio se interrumpía únicamente por una respiración jadeante procedente del cuarto de Hector. Cuando estaba delante del baño, observó que el cuarto del encargado estaba entreabierto, pero no se atrevió a acercarse. Entró en el cuarto de baño y cerró la puerta. Cuando salió, la respiración había cesado, no se escuchaba nada dentro de la casa, los pocos sonidos que procedían del exterior parecían extinguirse allí. Decidió no encender ninguna luz, era la una de la mañana y no pretendía despertar a Hector.

Cuando se encaminaba hacia las escaleras, sintió algo que se movía detrás de él, percibió una sombra por el rabillo del ojo, se volteó nervioso esperando ver a Hector, pero no vio nada, aunque estaba seguro de que algo o alguien estaba ahí. Subió rápidamente las escaleras de dos en dos y se apresuró a su cuarto. Cuando al fin llegó, intentó girar el pomo de la puerta, pero parecía que estuviera cerrada por dentro, tiró fuertemente mientras respiraba con dificultad. No se atrevía a mirar hacia atrás, pero de pronto el pomo cedió y pudo abrir. Cerró la puerta tras de sí, puso el seguro y encendió la luz. El cuarto se iluminó y todo volvió a la normalidad. Allan se recriminó el ser tan estúpido, no había pasado absolutamente nada y, aun así, se había asustado como un chiquillo. De repente, Allan contuvo una carcajada, había olvidado el cepillo de dientes en el baño de abajo.

Esa noche volvió a tener sueños extraños: soñó con la voz de una anciana, pero esta vez se le unía la de un anciano; seguía atado a la silla sin poder ver nada mientras las voces se acercaban cada vez más a él. Cuando por fin le quitaron la venda de los ojos, pudo ver que era Hector quien reproducía estos macabros sonidos.


V


A la mañana siguiente Allan se despertó temprano, pero no prestó atención al extraño sueño que había tenido. Bajó al primer piso y observó que Rose ya estaba en el comedor desayunando. Después de saludarlo, le informó que Hector había dejado una nota sobre la mesa indicando que había preparado el desayuno y estaba listo para servirse.

- ¿Dice a dónde fue? -Preguntó Allan.
- No, simplemente dice lo del desayuno -le entregó la nota-, mírala tú mismo.

Allan la leyó y frunció el ceño, luego añadió:

- ¿A dónde puede ir uno en medio de estos bosques?
- Quizás tenga conocidos cerca -opinó Rose-, algún vecino. Recuerda que Hector ha trabajado aquí durante muchos años, debe conocer los alrededores muy bien.
-Tienes razón, es solo que ese sujeto me parece un poco extraño. ¿Cómo es que al viejo… perdón, al señor Woodhouse -se corrigió Allan- se le ablandó el corazón y le volvió a contratar, después de haberle quitado la casa a sus antiguos patronos?
- No tienes que aparentar aprecio por Edgar delante de mí -dijo Rose-. Tampoco sé cómo llegó Edgar a contratarlo, quizás porque conoce la casa y podría ayudar a tenerla lista para los próximos dueños. Edgar quiere venderla en una semana.
- ¿Sabes cómo llegó esta casa a manos de Woodhouse? -Preguntó Allan- Ya sé que fue a causa de una hipoteca, pero… ¿Cómo fue que la perdieron los Frey?
- No sé los detalles, pero según Edgar, los Frey eran fanáticos a apostar en las carreras de caballos. Un día apostaron con la persona equivocada, y ahí estaba Edgar para arrebatarles todo. 
- ¿Y qué fue de los Frey? -Volvió a preguntar Allan.
-No lo sé, supongo que ahora viven en casa de sus hijos o nietos, no pregunté eso.

Allan se sirvió un desayuno a base de tostadas, huevos revueltos, café y jugo de naranja. Y mientras engullía todo esto dijo:

-Después del desayuno me bañaré y seguiré con la verificación de los papeles, anoche hice un informe preliminar, que pensé querías ver.
-Desde luego -respondió Rose-. También puedo ayudarte con lo que necesites hoy -se ofreció, mirando a Allan de soslayo detrás de su taza de café.
-Gracias. Si necesito tu ayuda te informaré -Allan aún no confiaba mucho en Rose, pues después de todo, había sido enviada por el viejo Woodhouse a vigilarlo para que no hiciera alguna tontería.

Al medio día llegó Hector sin dar explicación alguna. Preparó rápidamente el almuerzo, luego le comunicó a Rose que ya podía pasar a la mesa, y una hora después volvió a desaparecer. Cuando se disponía a salir de la casa tropezó con Allan, que iba entrando, el cual aprovechó para informarle sobre la cerca que debía reparar. Hector se limitó a asentir y le contestó que la repararía esa misma tarde, pero cuando volviera, pues ahora tenía algo urgente que hacer. Allan se quedó estupefacto, aquí el holgazán era él.

Allan y Rose trabajaron durante toda la tarde. A las seis ya habían terminado el informe general que debían entregar a Woodhouse a la mañana siguiente. Durante el tiempo que pasó con Rose, Allan pudo conocerla mejor y los dos lograron entenderse mientras trabajaban. Allan se preguntó por qué no trabajaba de esta manera siempre, no era corto de inteligencia, simplemente era un vago perezoso.

- Me estoy preocupando por Hector -dijo Rose al fin.
- Es un maldito holgazán -refunfuñó Allan-, simplemente quiere ganarse el dinero fácil. Ni siquiera arreglará la cerca que le dije, lo anotaré e informaré de todo esto al señor Woodhouse -nunca había sido un soplón, pero esta vez se sentía irritado con la actitud del encargado de la casa.
- Ya comienza a anochecer y no aparece -dijo inquieta Rose-, afuera debe hacer un frío tremendo.
- Por mí que se congele allá afuera.

Allan se ofreció a preparar la cena, sus años de soltería le habían especializado en preparar emparedados de queso, lechuga, tomate y mermelada. Al menos Hector les había dejado comida suficiente para sobrevivir un día más, pensó Allan.

- Anoche tuve un sueño extraño -comentó Rose-, soñé con Hector.
- ¿Sí? -Se limitó a murmurar Allan. No quería preocuparla más de la cuenta diciendo que él también había soñado con él.
- Sí, fue algo extraño.
- Será mejor que hoy nos vayamos temprano a la cama, mañana llegará a primera hora Woodhouse.
- Así es -contestó Rose-. Me da un poco de miedo dormir en esta casa, más sabiendo que la única persona que conoce el lugar no está. A propósito, ¿Sabes si el teléfono local sirve? -Rose parecía querer retrasar su ida a dormir- Los teléfonos móviles no tienen señal en esta área.
- No lo sé -repuso Allan-, no había tenido la necesidad de llamar a nadie, iré a verificarlo antes de dormir.

Eran las ocho y media de la noche. Allan estaba retocando el informe final, pero tras verificar los planos de la casa, recordó el sótano. 

- ¡Idiota! -Se dijo. Ahora tendría que bajar de noche a ese maldito lugar. Pensó en pedirle a Rose que lo acompañara, pero no quería sembrar más temores en la pobre chica.


VI


Allan acababa de abrir la puerta del sótano, había encontrado las llaves colgadas en la pared de la cocina. Se preguntó si debería llevar una linterna, pero se dijo que allí abajo tenía que haber algún interruptor. La luz de la cocina se reflejaba en las escaleras que descendían hacia el sueño del sótano, pero no alcanzaba a iluminar el salón como tal. La imagen le pareció aterradora a Allan, que, cogiendo acopio de fuerza bajó. Al llegar a la mitad de las escaleras, se volvió para verificar que no hubiera nadie allí, pensó en Hector cerrando la puerta y dejándolo en la oscuridad absoluta. Al llegar abajo comenzó a buscar el interruptor, tocando la pared a medida que avanzaba. Siempre se volteaba a revisar la puerta de arriba, con el miedo a encontrarse con Hector, mirándolo fijamente como la noche anterior.

Eran las diez de la noche y Allan no entendía qué hacía allí a esa hora. Al fin dio con el interruptor, lo activó y una luz ambarina se reflejó en el sótano, era tenue, pero alcanzaba a iluminar la mayor parte del recinto. Llevaba los planos en su mano. Tras avanzar unos metros, divisó unas cajas y unos enseres, por lo que empezó a caminar hacia allí. Una caja rectangular llamó su atención, estaba de pie, por lo que parecía una puerta, al acercarse más observó que había algo detrás. Allan comprobó el plano del sótano y supo que allí se encontraba efectivamente una puerta, pero esta se hallaba detrás del cajón que tenía enfrente… ¿Cajón? Allan quedó estupefacto, no era ni una caja ni un cajón lo que tenía al frente, ¡Era un ataúd!

Mientras Allan asimilaba esta idea, en el piso de arriba sonó un grito desgarrador. Se volvió hacia la puerta del sótano y en ese momento el ataúd se abrió. Una mano agarró a Allan por el hombro, pero este alcanzó a soltarse y retrocedió unos pasos. Cuando vio el ataúd abierto, pudo observar a una anciana demacrada con la boca retorcida en una mueca de rabia. Allan salió disparado escaleras arriba, pero cuando llegó por fin a la puerta, se encontró con Hector que lo miraba con una sonrisa en la cara. Allan no supo qué le produjo más terror, si la anciana dentro del ataúd o el rostro de Hector. Este llevaba un martillo en su mano derecha, y Allan pudo ver que estaba salpicado de sangre. Lo levantó para descargarlo sobre Allan, pero este alcanzó a reaccionar y cogió el brazo de Hector. Lo atrajo hacia atrás y juntos cayeron escaleras abajo, hacia el sótano, que ahora volvía a estar completamente oscuro.

Mientras tanto, en el segundo piso de la casa, Rose yacía en el suelo de su cuarto, la sangre brotaba de su frente. Al lado de ella se encontraba un anciano decrépito, que la observaba con avidez.

- No quería hacer nada de esto, pero Woodhouse me obligó -decía el anciano- quizás no tengas la culpa, pero llegaste en el momento menos indicado, nena.

Rose comenzaba a reaccionar, le daba vueltas la cabeza y veía al anciano en una imágen distorsionada.

- Yo nunca apuesto más de la cuenta -siguió el anciano-, simplemente era un pasatiempo, pero Woodhouse persuadió a la pobre Annie para que apostara la casa ¡Ese malnacido!

Rose ahora podía ver mejor al anciano, no conocía su rostro, pero creía saber de quién se trataba. Empezó a recordar porqué el dolor en su cabeza: estaba intentando dormir en su cama, cuando alguien llamó a la puerta. Ella pensó que era Allan -comenzaba a sentir cierta atracción hacia él- pero cuando abrió vio a Hector, que la miraba fijamente, pero no estaba solo, a su lado se encontraba el mismo anciano que ahora le hablaba. Hector no dijo ni una sola palabra, se limitó a levantar su brazo, en su mano sostenía un martillo. Fue ahí cuando Rose gritó. El grito se ahogó con el impacto del martillo sobre su cabeza. Ahora lo recordaba.

- Pobre Herbert, tuvo que hacer todo esto por nosotros, tuvo que humillarse ante Woodhouse y aparentar ser un simple empleado, pero gracias a ello pudo saber cuándo y dónde iba a venir Woodhouse. Ustedes únicamente son parte del precio que se debe pagar, lo siento, pequeña.

Rose trataba de prestar atención, no podía asimilar lo que estaba escuchando. ¿Qué estaba pasando? Pero más importante aún: ¿Qué hacía ella en esa maldita casa? Rose pensó con mayor claridad, y supo que esta gente desquiciada pretendía asesinarla, pero aún no lo habían hecho, lo que significaba que debía mantener la calma y buscar la forma de salir de allí lo antes posible.

- Puedo ayudarles a acabar con Woodhouse -dijo Rose-, también le odio.

El anciano se sobresaltó al escuchar estas palabras, la miró un rato y luego dijo:

- Lamentablemente ya es demasiado tarde, querida, el plan debe seguir como está. -Luego preguntó como para sí mismo-: ¿Por qué se demorará tanto Herbert?

¿Herbert? ¿Quién carajo era Herbert? No importaba en este momento. Rose analizó la situación y observó a su alrededor. El viejo debería tener setenta años como mínimo, podría derribarlo; sólo tendría que aprovechar una situación propicia. Esta situación propicia llegó un instante después: el anciano se giró hacia la puerta, dándole la espalda a Rose. Esta aprovechó para coger lo primero que vio sobre la cómoda: una lámpara. Cuando el anciano se percató de lo que estaba haciendo, intentó cogerla, pero Rose fue más rápida y le asestó un golpe en la cara, convirtiendo el rostro del anciano en una máscara de sangre. Rose volvió a golpear con mayor fuerza mientras el viejo se tambaleaba, este segundo golpe fue directo a la sien del anciano, quien terminó de caer al suelo, inconsciente.

Allan forcejeaba con Hector en el suelo del sótano. No se veía nada, pero percibía el aliento de Hector sobre su cara. Hector había perdido su martillo, lo había escuchado rebotar contra el suelo produciendo un “clic” metálico. Allan ahora oía la voz de la anciana que llamaba a Hector, quien seguía forcejeando, intentando estrangular a Allan, pero este no se dejaba. Allan metió sus dedos en la cara de su contrincante. Hector percibió los dedos en su cara, pero cuando los tuvo cerca de su alcance los mordió, y no soltó hasta arrancar el dedo anular de Allan, que soltó un grito estruendoso y dejó en paz la cara de su adversario. Allan no podía ni siquiera levantar los brazos del suelo para sobarse la herida, pues Hector apretaba con fuerza su cuello. Pero mientras se entregaba a su destino fatal, Allan tocó algo metálico a su lado, en el suelo, lo levantó con sus últimas fuerzas y lo estrelló contra la cabeza de Hector, quien alcanzó a moverse justo antes de que el martillo se estrellara de lleno. Esto sirvió para que lo soltara y Allan cayó de lado. Mientras se incorporaba tambaleándose, Hector aprovechó para perderse en la oscuridad. Allan no podía ver el fondo del sótano, pero sabía que tanto Hector como la anciana estaban allí, en ese siniestro sótano.

Allan se reponía de la pérdida de aire y sostenía delante de sí el martillo. Sabía que la escalera estaba ubicada a su derecha, pues veía la puerta del sótano iluminada, pero también sabía que, si intentaba subir por la escalera, Hector saldría de la penumbra y le atacaría por detrás. Decidió intentar encender el interruptor que se encontraba unos metros más adelante, siempre alerta para lanzar un martillazo a cualquiera que intentara acercarse. Cuando iba llegando al punto del interruptor, sintió que algo se movió a su derecha, y sin pensárselo dos veces lanzó un martillazo en esa dirección. Dos gritos se mezclaron para formar una melodía diabólica; el primero de dolor y el segundo de odio. Allan le había clavado el martillo por el lado afilado en la frente a la anciana, lo supo cuando no pudo volver a levantarlo. El otro grito fue producido por Hector, quien se había dado cuenta de lo que había hecho Allan.

Hector se volvió a lanzar encima del abogado. Ahora llevaba una varilla en la mano, la asió y golpeó a Allan en la pierna izquierda, este se dobló y aulló de dolor, pero alcanzó a encender el interruptor. La escena era grotesca: la anciana tirada en el suelo, muerta, y el rostro de Hector desencajado y convertido en una fiera. Allan se sentía perdido. Levantó el brazo para protegerse del siguiente golpe, pero fue inútil, Hector le asestó un golpe en las costillas, el cual le hizo retorcerse. En el momento en que Hector se disponía a clavarle la varilla, sonó la puerta principal de la casa. Hector se sobresaltó y dejó a Allan tirado en el suelo. Subió a la primera planta, llamó a alguien, y tras no recibir respuesta, supo que había pasado algo con la chica.

No lo podía creer, el plan se le estaba desmoronando. La anciana estaba muerta, algo le había pasado al anciano, y ahora la chica había salido de la casa. Decidió salir a buscar a la chica, el imbécil de Allan no se podría mover con los golpes que le había dado, pronto llegaría su hora de pagar lo que había hecho.

Justo cuando Hector salía, Rose rodeaba la casa y se escondía en la esquina de esta. Había escuchado forcejear a Allan en el sótano con Hector después de bajar de su cuarto, y algo le decía que Allan seguía con vida. Cuando Hector se alejó por el camino principal, Rose rodeó toda la casa y entró por la puerta de atrás. Se dirigió al sótano, la tenue luz se encontraba encendida y pudo ver dos cuerpos en el suelo. Al acercarse supo que uno era el de Allan, el otro parecía ser el de una anciana muerta, tenía algo clavado en la frente. Allan se retorció al sentir que alguien se acercaba.

- Soy yo -dijo Rose en un murmullo-, he venido a ayudarte. Debemos irnos inmediatamente de aquí.
- Hay un pasaje secreto -dijo débilmente Allan.
- ¿Qué? ¿Dónde? -Rose tuvo una leve esperanza.
- Detrás del ataúd que está al fondo del sótano -señaló con el dedo el ataúd abierto. Su mano estaba empapada de sangre.
- ¿Cómo lo sabes? ¿Qué te pasó en la mano? ¿Te encuentras bien? -Hacia las preguntas demasiado aprisa. 
- No importa -empezó Allan-, debemos darnos prisa antes de que vuelva. Vi el pasaje en los planos, ayúdame a levantarme.

Cuando llegaron al ataúd, Rose lo movió un poco y pudieron ver la puerta. Estaba casi tapada por el polvo. Allan observó que el candado no estaba.

- Solamente se puede abrir desde aquí -dijo Allan-, quizás fue usado como ruta de evacuación.

Rose abrió la puerta y esta rechinó al moverse. Se inquietaron con el sonido. Rose ayudó a Allan a levantarse y juntos pasaron la puerta. 

- ¿Cuánto debemos avanzar? -Preguntó Rose.
- En los planos parecía que no mucho, saldremos a una colina en el bosque, detrás de la casa, quizás unos quinientos metros.
- Debimos haber traído algo para iluminar el camino.

El túnel era pequeño y tenían que pasar casi agachados, aparte Rose debía ayudar a Allan, lo que hacía todo más lento. No habían avanzado ni cien metros, cuando les llegó una voz desde la puerta del pasaje.

- ¡Vaya, con que encontraron el antiguo pasaje! -Era la voz de Hector, que les llegaba desde la puerta que habían traspasado.

- Pero les tengo una muy mala noticia -siguió Héctor-, uno de los planes que teníamos con mis padres era encerrar justo aquí a Woodhouse y a su estúpido secretario. Para ello derrumbamos el fondo del túnel por el que se dirigen ahora mismo, están andando en un callejón sin salida. Esto es una mazmorra creada para más de una persona ¿Saben por qué? -Esperó unos instantes antes de responder.

Pasaron unos segundos sin que se produjera sonido alguno, Allan y Rose estaban sin aliento, no podían creer en lo que se habían metido. A Allan le dolía tremendamente la mano.

-Porque la gracia es que alguno tenga que comerse al otro para sobrevivir -añadió Hector-. Un castigo ejemplar por todo lo que el hijo de puta de Woodhouse le hizo a mi familia.

Allan no terminaba de entender lo que decía, en este punto el dolor no lo dejaba pensar. ¿Mi familia? ¿Esos ancianos eran los Frey? ¿Estaban vivos? ¿Hector era su hijo o simplemente se refería a ellos como familia por haber trabajado para ellos por mucho tiempo?

-Hector, no tienes porqué hacernos esto -intervino nerviosamente Rose-, nosotros no te hicimos nada, fue Woodhouse. Hasta nosotros le odiamos.
-Demasiado tarde, aquí comienza la venganza contra Woodhouse. 

En el momento en que empezaba a rechinar la pesada puerta al ser cerrada, sonó un disparo procedente de la casa. Hector lo oyó y se sobresaltó, no entendía lo que pasaba. ¿Su padre? No había revisado el piso superior. De repente surgió el sonido de pisadas y voces entrando en la casa, parecían varios. Cuando los pasos llegaron hasta la puerta del sótano, Hector pudo ver de quién se tratava.

Rose y Allan escucharon otro disparo, pero no entendían nada de lo que estaba pasando. Allan estaba a punto de desmayarse.

- ¿Quién anda ahí? -Preguntó una voz desde la puerta del pasadizo secreto.
- Rose White y Allan Parker -respondió Rose-, nos querían encerrar aquí -había esperanza en su voz- ¿Quién es usted?
- Policía del Condado -respondió el oficial-. Recibimos un aviso de que algo extraño ocurría aquí.

Eran las dos y media de la madrugada.


VII


Mientras Rose y Allan eran atendidos por un par de enfermeros, se enteraron de lo que había ocurrido: después de la cena, Allan había comprobado efectivamente el teléfono de la casa como le había pedido Rose. Había llamado a Henry, el secretario de Woodhouse, y le había informado la conducta extraña y la desaparición repentina de Hector. Henry había comenzado a hacer inmediatamente las averiguaciones pertinentes, ya que cuando “Hector” fue contratado por Woodhouse, no se habían detenido a averiguar nada sobre él. Henry había descubierto que los Frey habían tenido un hijo llamado Herbert, lo cual le causó curiosidad, pues durante el trámite legal de la casa, nunca había aparecido nungún familiar de los Frey. Más extraño se tornó el asunto, cuando descubrió una fotografía donde aparecían dos ancianos Frey acompañados de un hombre corpulento, de unos treinta y tantos años. El sujeto coincidía con los rasgos característicos del encargado de cuidar la casa, pero lo que terminó de sobresaltar a Henry fue la inscripción de la fotografía, allí se leía claramente: “Sr. Y Sra. Frey e Hijo”. Sin pensárselo dos veces, Henry llamó a la casa de los Frey para preguntar a Allan si Hector había vuelto, pero tras comprobar que la línea estaba muerta, llamó a la policía del Condado e informó de la situación. 

El agente encargado de verificar la casa de los Frey (quien tiempo después confesaría que una corazonada le advirtió de que algo iba mal), pidió refuerzos para ir hasta allí. Solicitó a las demás patrullas que apagasen las sirenas, pues no quería despertar ni asustar a nadie. Al llegar a la casa pudo ver que la mayoría de luces se encontraban encendidas y que la puerta principal estaba abierta, situación que le puso en alerta, así que desplegó a sus hombres. Al entrar, vio que había gotas de sangre en el piso, sacó el arma y se dirigió al segundo piso. En ese momento sonó el primer disparo: Mr. Frey se había suicidado. Este se había percatado de las patrullas a través de la ventana, pues seguía en el cuarto de Rose un poco aturdido por el golpe que había recibido, se dirigió a una de las habitaciones del pasillo, sacó una pistola calibre 22 y se disparó en la cabeza. El policía que bajó al sótano, confundió la varilla que Hector tenía con un rifle, por lo que disparó, asesinándolo en el acto. Motivo del segundo disparo que escucharan Rose y Allan . 


VIII


Una semana después de lo ocurrido.

- Al final siempre gana el que tiene el dinero suficiente, ¿eh?
- No necesariamente.
- ¿Por qué lo dices?
- Porque al final, el pillo de Woodhouse tuvo que regresar la casa de los Frey. Ahora hace parte del Condado, hasta que aparezca algún otro familiar psicópata que la reclame.
- Ja, ¿En serio? Si desde un principio hubiese sido así de sencillo…
- Al final se descubrió que Woodhouse había falsificado varios papeles y engañado a la Señora Frey. Además, esto conllevó a que lo investigaran por un par de apuestas fraudulentas. Ya ves, lo más probable es que lo condenen por defraudar al Estado, ya que hacía apuestas por fuera de la ley. Creo que lo mejor es seguir apostando en el casino.




FIN






Jim Cardozo, Julio de 2017.

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