jueves, 12 de octubre de 2017

LA PESADILLA - JIM CARDOZO (RELATO)

LA PESADILLA


Travis volvió a despertar en medio de la noche, lo cual era algo común, pero desde que abandonó su casa en Maple Street le pasaba más seguido. Mientras vivía allí despertaba sólo dos o tres noches en una semana, pero ahora lo hacía cada noche. Lo que le despertaba era el sonido de pequeños seres movilizándose en masa; como un ejército del mal deslizándose sigilosamente por el suelo. Al despertar no se escuchaba sonido alguno, pero sabía que estaban ahí y que se organizaban para ir por él. Porque sabía que individualmente no eran nada, pero en masa eran fatales. Antes creía que se trataba de simples pesadillas, ahora sabía que era algo real.

Todo comenzó un año atrás, en una noche que se dirigió al cuarto de baño para orinar. En ese entonces vivía con su madre en un pequeño edificio en la esquina de Maple Street. Travis era soltero, pues su relación con el sexo femenino era casi nula (a excepción de su madre). Solamente había tenido dos novias -si así se le puede llamar- en toda su vida; una en el Instituto, cuando tenía dieciséis años, y otra cuando estaba en la Universidad, de la que nunca se graduó. Aunque las dos relaciones resultaron ser sólo algo pasajero. Travis sospechaba que habían salido con él por puro y simple interés.

Sabía que la gente murmuraba, siempre fue el tipo raro que vivía con su madre, pero a él no le importaba. Después de cursar dos semestres de Biología y dejar la Universidad, cuando se dio cuenta que no era lo suyo, se dedicó a cuidar a su enferma madre, quien empezó perdiendo un poco la vista y resultó casi ciega cuando cumplió cincuenta y ocho años. Trabajaba de vez en cuando en la gasolinera del pueblo, pues fue el único sitio donde lo aceptaron, ya que la mayoría creía que era extraño y poco fiable. Lo cual sería la causa principal por la que nunca tendría ayuda en un futuro no muy lejano. Tenía cuarenta y seis años y ya estaba casi calvo. Nunca conoció a su padre y su hermano Mike falleció cuando tenía tres años, de una neumonía severa.

Después de esa noche comenzó a tener pesadillas espeluznantes. Soñaba que miles de pequeñas garras ganchudas trepaban por su cuerpo y comenzaban a devorarlo lentamente. Todo era muy vívido. Podía sentir cada mordida de esas pequeñas mandíbulas que se cerraban alrededor de su cuerpo, que se trababan hasta arrancar pequeños trozos de su propia carne. Pero lo peor de todo era que, cada vez que amanecía despertaba con pequeños puntos rojos en varias partes de su cuerpo. Lo cual hacía que esa sensación de pesadilla se desvaneciera.

Cuando se lo dijo a su madre, que en ese entonces tenía setenta y ocho años y una ceguera total, esta le contestó que no fuera estúpido, que lo que había visto en el baño aquella vez había sido algo normal, que se presentaba en casas viejas y sucias como la pocilga en la que la había metido. Esto enfadó mucho a Travis, pues él administraba el poco dinero que les había dejado la tía Helena como herencia, pero para su madre nunca era suficiente. Además, él intentaba trabajar cada día en esa gasolinera de mierda, donde tenía que soportar los chistes que hacían sobre él. Empezando por Joe, el encargado de la gasolinera.

Ahora que lo pensaba mejor (y tenía muchas noches para pensarlo), su madre fue la culpable de que su vida resultara ser un desastre. Él se lo había advertido, pero ella nunca le hizo caso. 

Un día, cuando Travis fue a la gasolinera a cumplir con su turno, Joe le preguntó si estaba enfermo, le dijo que, aunque siempre había tenido cara de culo esta vez parecía también enfermo. Le dijo que últimamente se veía más flaco y demacrado, y le recomendó visitar al doctor Brennan. Desde luego su madre no había advertido nada de esto, pues no podía ver ni a un elefante en un pasillo.

Esto comenzó a inquietar cada vez más a Travis, pues ya llevaba varios meses soñando con las pequeñas garras ganchudas que trepaban por su cuerpo, y no supo si fue por lo que le dijo Joe o no, pero se empezó a sentir cada vez más débil. Se veía en el espejo y le parecía que cada día perdía más peso. El Travis que otrora pesó ochenta y cinco kilos; de cachetes redondos y colorados, ahora parecía salido directamente de un campo de concentración. Y como no hablaba con casi nadie en el pueblo aparte de su madre, si es que se podría considerar conversación a las pocas palabras cruzadas con ella, y de Joe, quien cuando no se estaba burlando de él, lo estaba gritando y mandando, nadie se preocupaba por su salud.

Cuando las pesadillas y los pequeños pinchazos siguieron, Travis decidió al fin ir con el doctor Brennan. Este le informó que sufría algún tipo de anemia, pero que, con algún medicamento y descanso, podría reponerse. Travis dudó un momento de si contarle o no sobre sus pesadillas al doctor, pero al final lo hizo, esperando que lo tachara de loco, pero este le dijo que era algo común en pacientes con anemia, y que hasta podría llegar a tener alucinaciones.

Travis se fue a casa pensando en lo que le había dicho el doctor Brennan, y concluyó que lo que le estaba pasando era producto de una alucinación muy vívida. Aunque quedaban los pequeños pinchazos en su cuerpo, que podrían ser algún sarpullido producido quizás por la anemia. La próxima vez se lo preguntaría al doctor, por ahora tomaría su medicamento y descansaría más.

Pero un mes después, había bajado aún más de peso y seguía despertando en medio de la noche con un grito ahogado en su garganta. Una noche hasta se trasladó a la cama de su madre para dormir con ella, cosa que no había hecho desde que tenía doce años.

Joe le siguió insistiendo en que viera a un médico. Ya no le gastaba bromas y parecía realmente preocupado, así que Travis volvió con el doctor Brennan. Este lo acompañó al Hospital General y le tomó varias pruebas de sangre. Todas salieron negativas de algún virus, pero de todos modos envío algunas muestras al Hospital Central para que las analizaran. El doctor insistió en que Travis permaneciera en el hospital mientras tenía un diagnóstico final, pero este se negó a dejar a su madre sola, lo cual era una excusa, simplemente no le gustaban los hospitales.

Esa misma noche un ruido le despertó. Había estado soñando con pequeñas garras ganchudas que se deslizaban sigilosamente por el suelo, pero esta vez no se organizaban para ir por él. Se sentó en la cama, sudoroso y sin aliento. Apartó las sábanas y se dirigió al cuarto de baño. Estaba vacío. Luego pensó en su madre y un sentimiento de horror lo invadió. Salió corriendo al cuarto de ella, encendió la luz y lo que vio lo dejó petrificado. 

¿Alguna vez han visto a esas personas que se meten en un enjambre de abejas para ser rodeados por completo? Bueno, esta escena era similar, pero con hormigas. Había miles, quizás millones en toda la habitación: en el suelo, en la cama, en las paredes. Pero lo peor era que su madre no se veía por ningún lado. Aunque después de un rato Travis supo que su madre era el bulto de hormigas que se veía encima de la cama.

La noche que Travis vio por primera vez a estos insectos en el baño, pensó que habría algún residuo cerca o que simplemente estaban instaurando su pequeña colonia en algún agujero, por lo que trató de acabarlas pisoteándolas con sus zapatos. Después de eso comenzaron las pesadillas, las cuales no eran nada en comparación con lo que estaba viendo en ese momento.

Trató de moverse, pero parecía que sus pies estaban pegados al suelo. Tampoco podía gritar; simplemente estaba paralizado. Cuando por fin pudo moverse, vio que lo que creía era su madre se levantaba de la cama (como las personas que tienen miles de abejas en todo su cuerpo) y comenzaba a avanzar hacia él. Travis en ese momento profirió el peor grito que jamás haya salido de un ser humano y empezó a correr por el pasillo, pero lo que en sus pesadillas sonaban como pequeñas garras ganchudas, ahora sonaba como gigantes garras de oso. Al llegar a su cuarto cerró la puerta de golpe tras de sí y corrió el pestillo. 

Intentaba pensar en lo que podía hacer, pero resultaba inútil, no podía apartar de su mente la imagen de su madre (o lo que creía era su madre) levantándose, toda llena de hormigas. Tenía un pequeño revolver en el armario, que también había heredado de la tía Helena, pero en ese momento le parecía el arma más inútil del mundo. Mientras pensaba en eso bajó la vista y vio que las hormigas empezaban a entrar por el marco de la puerta, y pudo notar que no eran cientos, ni miles: eran millones de hormigas entrando en su cuarto. En cualquier momento podrían hasta derrumbar la puerta, estaba seguro de eso. 

En ese momento se dirigió a toda prisa al cuarto de baño, pero antes cogió el arma del armario. Al entrar comenzó a sopesar las posibilidades que tenía. Lo único que sabía era que las hormigas rehuían al fuego. Abrió el compartimiento superior del lavamanos y sacó un frasco de alcohol de entre los utensilios que guardaba allí. Se quitó la camiseta y desgarró un pedazo con las manos, luego desocupó otro frasco de un limpiador, metió el pedazo de camiseta allí, la mojó con alcohol y acto seguido sacó su encendedor automático (gracias a Dios había empezado a fumar desde los quince) y encendió su camiseta. Eso podría alejar a las hormigas que se le acercaran, aunque fueran millones las que hubieran. Creía que todas las hormigas del mundo se habían dado cita en su pequeño apartamento.

Las hormigas habían comenzado a entrar en el cuarto de baño en el momento en el que Travis se quitaba la camiseta y la desgarraba, pero al prender el fuego estas empezaron a alejarse. Así pudo abrir la puerta. Al hacerlo se encontró con su madre (o lo que parecía ser su madre) delante suyo. Esta vez no dudó y sacó el arma del pantalón con la mano derecha, ya que con la izquierda sostenía el frasco en llamas, y disparó. Hizo tres disparos antes de darse cuenta de que las hormigas comenzaban a alejarse del cuerpo de su madre, pero no por las balas ni por el ruido, sino por el fuego de la botella que sostenía delante suyo. Al descubrirse el cuerpo de su madre, se dio cuenta de que las balas habían dado en ella directamente. Luego cayó delante de Travis y este se desmayó.

Los bomberos llegaron media hora después, pues los vecinos llamaron a emergencias por el humo que salía de la casa de los Ambers. Por suerte (creo) Travis fue rescatado, inconsciente pero con vida. Su madre yacía muerta a su lado. Tenía tres balas en su cuerpo; dos en el pecho y una en la frente. El arma también fue rescatada del incendio, lo que sirvió para armar la teoría del Fiscal General:

Travis Ambers era un hombre de cuarenta y ocho años de edad, que había vivido toda la vida con su posesiva madre, la cual se había aprovechado de su enfermedad para que su hijo no se alejara de ella. Travis no tenía amigos ni hablaba con nadie en el pueblo. Todo el mundo lo consideraba extraño y retraído, quizás con problemas mentales graves. Hasta el doctor Brennan había dicho que sufría de alucinaciones. Ya ni siquiera comía, como dijo el propio Joe, jefe de Travis en la gasolinera. Así que un día se había cansado y había planeado el asesinato de su madre con el arma encontrada en el lugar de los hechos. Luego intentaría incendiar la casa para suicidarse, llevándose consigo el apartamento y quizás el edificio entero.

La declaración de Travis confirmaba todas las sospechas y refuerza el informe presentado por el Fiscal:

Según Ambers, las hormigas lo habían estado acosando cada noche, eran millones; pequeñas bestias movilizándose en masa, como un ejército, deslizándose sigilosamente por el suelo, él sabía que estaban ahí y que se organizaban para ir por él. Porque individualmente no eran nada, pero en grupo eran fatales. Habían sido las que atacaron a su madre y él al tratar de defenderla, había disparado, pero todo por salvarla de las hormigas.

Al final, Travis fue encerrado en la cárcel Modular del Estado, un recinto para enfermos mentales, condenado a cadena perpetua. Pero eso no era lo peor. Lo peor venía cada noche, cuando millones de pequeñas garras ganchudas trepaban por todo su cuerpo y comenzaban a devorarlo poco a poco. 

En las mañanas despierta con pequeños puntos rojos alrededor de su cuerpo, pero la enfermera de paso siempre escribe lo mismo en su informe:

Travis Ambers, 49 años. 
Peso: 45 kilos y bajando. 
Motivo: paciente se niega a comer.
Nota: pequeñas marcas rojas en su cuerpo. 
Motivo: paciente continúa pellizcándose cada noche.
Recomendación: inyección intravenosa de suero y sedantes. 
Continuar tratamiento con medicamento avanzado y aislamiento total.






FIN


Jim Cardozo, Octubre de 2017

No hay comentarios:

Publicar un comentario